Llovizna sobre Kalasatama, al noreste del centro de Helsinki. El frío junto al muelle tira del termómetro por debajo de los nueve grados. Si el tiempo es malo, avisa Sami Seppila, espera en casa con sus hijos. Pero a poco que se pueda respirar aire fresco… esto es Finlandia y si eres capaz de vestir a un niño hasta el cogote —“lo más difícil”, se burla Sami, trabajador social de 41 años—, salir a la calle es una bendición nórdica. Y en el parque embarrado se plantan, entre chimeneas larguiruchas de ladrillo rojo, viviendas muy escandinavas —funcionales al extremo— y la catedral luterana de la otra orilla. Sami está solo con los dos pequeños porque la madre trabaja hasta la tarde y, sobre todo, porque quiere. Con el mayor, de cuatro años, estuvo 11 meses de permiso y ahora con el menor, de un año, la idea es que sea más. “Es la mejor decisión que he tomado en mi vida”, continúa con un vozarrón que supera a las máquinas perforadoras que agujerean el barrio. Así se entiende bien lo que dice. Lo que siente. Pero tan especial es su claridad como raro es su ejemplo, incluso en este pequeño paraíso europeo de la conciliación familiar.
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De: Portada de Internacional | EL PAÍS
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Autor/Editor: Óscar Gutiérrez Garrido
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Fecha: October 31, 2017 at 09:12AM
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